El falafel es una de esas recetas que es muy posible que no les salga la primera. Así que no se desanimen, es normal, sigan intentando. Hay varios detallitos que tienen que salir perfectos y esto sólo se logra a través de la repetición. Como dije, el falafel no involucra herramientas sofisticadas para su producción, pero el proceso sí que lo es y hay que tenerle paciencia.
El chiste es que las croquetas queden crujientes por fuera y suaves por dentro, pero ahí es donde —como diría Cantinflas— está el detalle, pues si la textura es demasiado suave, las pelotitas pueden deshacerse al freírlas o quedar masudas por dentro, y, el resultado ideal debe ser suave, sí, pero no sin textura. Por ello, es que, para este plato, los garbanzos sólo se remojan, no se cuecen, y es muy importante dejarlos remojar toda la noche.
Otro tip que para mí hizo la diferencia esta última vez que preparé falafel, frente a otras recetas que había probado antes, y que sólo he visto en la receta de Laila Haddad, de The Gaza Kitchen (que fue en la que me inspiré, y que, ya dije, se volverá mi receta de cabecera de aquí en adelante), es que ella agrega un segundo reposo a la masa después de moler los garbanzos, pues esto permite que la mezcla absorba bien el líquido, antes de formar las pelotitas
Entonces, aquí va el proceso “de pe a pa”, tomen aire, relájense y disfruten, que esto va pa’ largo…
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